Algo que siempre me ha fascinado es el tiempo, tan real y tan poco tangible, algunas veces me descubro corriendo, lo veo pasar de prisa, siento que me deja atrás, todavía ahora, la idea de que las horas, los minutos, los días, los años, controlen mi existencia, me aterra. Sé y acepto que es algo de lo que no puedo escapar, pero en este camino irregular que he recorrido, he aprendido lecciones importantes sobre el futuro, el pasado y el presente, que me han hecho liberarme un poco de la presión que me hundía cada vez que medía mi vida con la regla del tiempo.
Si hay algo que me gustaría decirle a mi yo del pasado es que no debes tratar de acoplarte al tiempo, seguirle el paso es imposible, muchas veces te encontrarás decepcionada de lo que haces con él, escuchas decir que perderlo es casi un crimen, pero en el futuro te darás cuenta de que es increíble la forma en la que, día tras día, aunque nada parece cambiar, si miras atrás todo se ve diferente.
Me gustaría decirte que hoy sé lidiar con el cambio de estaciones mejor que antes, pero la verdad es que no es así, cada día dura lo mismo, pero hay días largos y noches cortas, la vida diaria se siente igual, la frescura de los cambios es efímera y más pronto de lo que piensas terminas de nuevo atrapada en la rutina, pero a pesar de ello, de una forma desconocida y misteriosa, nunca terminarás donde empezaste.
Me gustaría que supieras que los días se cuentan no en horas ni en minutos, que, aunque quieras ganar, esa carrera está perdida, te sugiero elijas entonces seguir tu propio ritmo, detente si es necesario, porque debes saber que el futuro no es una línea recta, está lleno de intersecciones invisibles e inevitables y que, al final, las medidas no son lo más importante que ofrece el intangible tiempo.
